Daniel Castillo, un rector lucha contra las drogas en la Institución 

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Tiene 57 años, es oriundo del cantón El Ángel de la provincia del Carchi y no cree en la mala suerte, muestra de ello es que se casó el martes 13 de diciembre de 1983, lleva 33 años de matrimonio y tiene cuatro hijos: Mara, de 30 años; Angélica (27), Salomón (24) y Raquel (20).

La vocación de Daniel Arquímedes Castillo Herrera siempre fue ser maestro, aunque al principio trató de “huir” del magisterio para romper con el paradigma familiar, casi todos eran profesores, por lo que llegó a Guayaquil, estudió y se graduó de ingeniero agrónomo en la Universidad Estatal.
Cuarenta  años han pasado, tiene título de educador y una maestría en teología, pero las cosas no sucedieron como planeaba, dice mientras observa a sus alumnos en el patio del colegio fiscal César Borja Lavayen, del que es rector desde hace un cuatro y siete meses y donde enfrenta el problema del expendio y consumo de drogas.

Recuerda cómo el destino se encargó, según él, de encaminarlo a ser lo que en su interior siempre quiso y le gusta ser: maestro y guía de jóvenes.

Su repentino paso al magisterio sucedió en 1985 cuando trabajaba en un laboratorio en Guayaquil y su esposa Magdalena Mantilla (también educadora) y Mara, quien tenía 3 meses de nacida, viajaron a la península de Santa Elena para encargarse de la materia de Educación Física en el colegio fiscal Técnico Manglaralto.

Para seguir a su familia dejó su trabajo y llegó a Manglaralto como profesor de Matemáticas y Física. En seis meses fue nombrado rector del colegio y con 23 años de edad se convirtió en el más joven del país y de 45 estudiantes llegó a tener 1.000.

También fue director de la extensión de Manglaralto de la Universidad de la Península de Santa Elena (UPSE).

Ahora, Castillo emprende un nuevo reto. En lo que va del año ha tenido quince casos de alumnos que consumen estupefacientes, uno de ellos es expendedor, situación que nunca experimentó en la Península.

Asegura que el problema no es la droga en los colegios, sino el entorno de los adolescentes. Por eso inició este año un “plan de contingencia” (paralelo al del Ministerio de Educación) donde involucró a padres y profesores, pues asegura que no es partidario de que la policía ingrese a los planteles. “Con la policía los chicos se sienten señalados y a la defensiva”, afirma.

Sin embargo, su labor social no se queda en las aulas del Borja Lavayen. Castillo trabaja con fundaciones, una de ellas es Paz y Esperanza; dicta charlas y realiza retiros cada tres meses con jóvenes inmersos en las drogas y con problemas de violencia intrafamiliar de barrios marginales como la cooperativa Balerio Estacio, donde acude todos los días después de sus labores como rector. El último fue el fin de semana pasado, cuando viajó a Playas con 35 menores a un campamento.
                                                                                                                                                                    


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